Departamento de Derecho Penal y Criminología

Actualidad
12 de junio de 2024

El trabajo de profesor

Quizás quienes enseñan derecho a razón de dos o tres horas a la semana lo hacen movidos por una genuina vocación mística. La pregunta que sigue es ¿por qué la enseñanza del derecho debe sujetarse a ese patrón?

Por: Orlando De la Vega, profesor asistente en la Pontificia Universidad Javeriana

Desde hace años estoy familiarizado con una expresión usual en Colombia para referirse a lo que hacen quienes enseñan derecho en las universidades: “es una vocación”. Quienes caritativamente definen así esa actividad desean resaltarla como algo que vale la pena pese a supuestas desventajas en comparación con otras preferencias, esas sí profesionales. Quizás la más notoria en esta perspectiva es que un porcentaje importante de personas que enseñan derecho tienen un vínculo laboral precario con la universidad donde enseñan o, dicho en otras palabras, les resulta imposible vivir del ejercicio de esa actividad; lo que no ocurre en otras áreas de ejercicio del derecho, por ejemplo, siendo juez o abogado practicante. De ahí la mística que sentiría quien opta por la vocación de enseñar derecho en condiciones económicamente desfavorables. Hace falta un estudio que, dejando de lado esta aproximación cuasi religiosa, analice la tasa de retorno que obtienen los abogados que se anuncian como docentes universitarios o el número de clientes fidelizados entre los estudiantes. Estas variables muestran bastante racional, en términos económicos, la “vocación” de enseñar en la universidad; y explican como necesario el vínculo laboral precario, pues el verdadero trabajo no es la enseñanza.

He omitido describir lo que hacen quienes enseñan derecho como un trabajo y a quienes tienen ese trabajo como profesores. Si la omisión pasó desapercibida es porque en Colombia ese trabajo es muy novedoso y el término profesor no denota importancia ni suele despertar interés. En cuanto a lo novedoso, mi colega Tania Luna contó en una entrevista para “Ámbito Jurídico” que un estudiante le preguntó cuál era su verdadero trabajo. Aunque del contexto se deduce que el estudiante no lo sabe (y a Tania no le importa, dado su optimismo contagioso), su preocupación es comprensible porque si no fuera por la exigencia de la Comisión Nacional de Acreditación quizás no existiría el trabajo de profesor pues, como me han dicho importantes directivos universitarios, el mercado colombiano no lo demanda. Y probablemente no lo va a demandar si quienes ocupan los puestos de profesor en las universidades lo hacen movidos por la vocación de obtener una tasa de retorno en su práctica privada.

Esta última hipótesis puede despertar algo de antipatía y por eso voy a atenuarla; quizás quienes enseñan derecho a razón de dos o tres horas a la semana lo hacen movidos por una genuina vocación mística. La pregunta que sigue es ¿por qué la enseñanza del derecho debe sujetarse a ese patrón? Mi abuela decía que el camino al infierno está pavimentado con buenas intenciones; ese refrán, aplicado a este caso, significa que hace falta algo más que una vocación. El razonamiento es bastante simple: incluso suponiendo que quienes enseñan derecho a razón de dos o tres horas a la semana son muy inteligentes y dominan los conocimientos adecuados, la práctica de enseñar derecho sería mejor si esas personas inteligentes y eruditas le dedicaran todo su tiempo laboral a investigar y enseñar. A este razonamiento se le suele objetar que solo quienes practican el derecho conocen el derecho y, por tanto, un profesor de dedicación exclusiva no sabría lo que enseña. No tengo espacio para refutar ese argumento, así que acudo a un ejemplo: en Alemania, un país con un alto desarrollo científico del derecho, todos los profesores de derecho son de dedicación exclusiva y a nadie se le ha ocurrido decir que tienen que volverse practicantes para que puedan enseñar derecho. Ser profesor no demanda más vocación que cualquier otro trabajo; el significado de la expresión profesor lo componen la investigación y la docencia, en ese orden, pues no puede enseñar quien antes no ha investigado. Mientras esa combinación de actividades no sea un trabajo normal, en nuestro medio seguirá siendo usual la sinonimia entre profesor y director técnico de equipo de fútbol, sin duda el indicador más triste del subdesarrollo científico en el que vivimos.