Departamento de Derecho Penal y Criminología

Actualidad
21 de agosto de 2024

Dr. Iur

El título de doctor debe ser un reconocimiento al trabajo científico, y no un mero símbolo de estatus social.

Por: Orlando de la Vega, profesor asistente de la Pontificia Universidad Javeriana

En el año 2000, cuando estaba terminando mis estudios universitarios de derecho, estaba iniciando en Colombia la oferta académica en el nivel de doctorado. Recuerdo que tres prestigiosas universidades tuvieron que unir esfuerzos para poder tener un programa de doctorado en derecho cuyos profesores eran, en su mayoría, extranjeros. En ese entonces, así lo recuerdo, no era parte del proyecto de vida de un estudiante universitario realizar un doctorado, lo que muy probablemente estaba condicionado por la ausencia de programas nacionales de doctorado. En esa época doctorarse, por lo menos en derecho, implicaba necesariamente salir del país, lo que todavía hoy constituye una barrera para muchos. En contra de la existencia de doctorados nacionales pesaba el hecho de que, más o menos hasta finales de la década del 70 del siglo pasado, culminar la carrera de derecho llevaba al grado de Dr. en derecho, lo que tornaba innecesario un segundo nivel de estudios que condujera al mismo título. Con la acertada modificación que reemplazo el título de Dr. en derecho por el de abogado en la carrera de derecho se inició la mala costumbre, que aún hoy perdura, de llamar “doctor” al abogado.

En lo personal me causa perplejidad la contradicción entre sentirse halagado por ser informalmente nombrado “doctor” y el desprecio por la ciencia y el estudio que corre paralelo a ese uso inapropiado del título. Dicho uso incluye, en un nivel de relevancia menor, la asociación del título al nombre, no al apellido; y muchas veces el nombre, incluso, en diminutivo. Naturalmente, en ese contexto “doctor” no denota la capacidad de llevar a cabo una investigación científica de manera autónoma, sino el temor reverencial o el afecto de quien habla. Queda, en todo caso, cierta sensación de clasismo, si se tiene en cuenta la dificultad de acceder a una buena educación en lugares económica y científicamente subdesarrollados, como Colombia. Dos problemas, el clasismo y el subdesarrollo, que demandan soluciones “estructurales” y de largo aliento y que no deberían desviar la atención del problema, menos grave, por supuesto, del uso incorrecto del título de Dr.

En mi opinión los abogados deberían portar con orgullo y satisfacción personal su grado académico de abogado, que no es poca cosa; y no fomentar la mala costumbre de presentarse como “doctores”, sin serlo, o tolerar que otros, ignorantes al respecto, los llamen así. A propósito de esto último, no creo que sea exagerado traer un ejemplo tomado de un lugar con un desarrollo científico bastante sólido desde hace siglos, pues en Colombia también se puede transitar ese camino. En Alemania, o al menos en la Universidad de Bonn, el profesor que preside la sustentación doctoral le informa al estudiante que acaba de aprobar su examen oral y, de esa forma, ha sido “promovido” (en alemán doctorado es “Promotion”) al grado académico de Dr., que a partir de ese momento, y mientras le expiden el diploma, no tiene la obligación de corregir a la persona que lo llame Dr. Una manera muy fina de ratificar la obligación general de toda persona con la verdad mediante la exacerbación de una “forma”, el diploma, y la introducción de una excepción sumamente acotada.

En contraste, en Colombia he visto con relativa frecuencia que personas se presenten como “candidato a doctor”, sin que se sepa qué criterio desagrega el nivel de avance en el doctorado o si este ya fue terminado. La reacción en Alemania para este caso es drástica, pues el parágrafo 132a del Código Penal alemán asocia con pena de prisión de hasta un año el uso no autorizado de grados o títulos académicos. Ahora bien, en Colombia sería una muy mala idea copiar esta disposición en nuestro Código Penal, pues se enviaría el mensaje de que el uso irresponsable de títulos se resuelve mediante amenaza de pena, una estrategia que se ha mostrado poco eficiente incluso en asuntos más graves. La comparación solo pretende mostrar un horizonte posible de respeto por la ciencia, amor por el estudio y compromiso con la verdad.