Actualidad
13 de noviembre de 2024
Democracia y presidente criminal
La tarea pendiente es lograr la difusión de información sin obstáculos y fomentar la libertad de pensamiento
A propósito de la reciente elección de presidente en Estados Unidos me preocupa la posibilidad de que se piense que la victoria de un criminal de pensamiento fascista (un déspota malévolo) habla en contra de la democracia. Preguntas tan simples como por qué el pueblo se decidió por alguien condenado por delitos comunes y por qué un número importante de mujeres, afroamericanos y latinos votaron por una persona abiertamente misógina, racista y xenófoba no deben llevar a la respuesta simple de que se trata de electores ignorantes, inmorales o, en última instancia, “enfermos”. Si así fuera, y persistiéramos en defender la democracia (y no, por ejemplo, a un déspota benévolo que remediara el problema), se necesitaría una justificación “médica” de la democracia; pero, tal como Hilary Putnam sugiere, es mejor no hacer uso de esa metáfora. Al contrario, en su libro “Renewing Philosophy” Putnam contrapone a la justificación médica de la democracia una justificación “epistemológica”.
El punto de partida de la justificación epistemológica es que, frente a un problema, hay mejores soluciones que otras, sin que sea necesario demostrar primero la posibilidad de existencia de esa solución en una “concepción absoluta del mundo”. Putnam asocia esta última alternativa con una metafísica reduccionista acerca de lo bueno que, en su opinión, está llamada al fracaso porque no hay una respuesta definitiva a la cuestión de cómo debemos vivir. Precisamente por eso necesitamos la democracia: para someter esa cuestión a un proceso constante de examen y experimentación. Toda la reflexión filosófica de Putnam sobre la democracia está fuertemente influenciada por el pensamiento de John Dewey; por eso Putnam constantemente alude a una “comunidad del bien”, cuyo bienestar no se aumenta por obra de un héroe sino mediante la participación de los miembros de la comunidad en la fijación de metas y en su obtención.
En este punto Putnam también conecta (aunque no lo hace expresamente) con la tradición pragmatista norteamericana de una “comunidad del conocimiento”. Así como la ciencia presupone el flujo de información sin obstáculos y la libertad de presentar y criticar hipótesis, la respuesta democrática a la cuestión de cómo debemos vivir presupone la libertad de pensamiento y de expresión. Bajo este enfoque la democracia es una condición previa “para la aplicación plena de la inteligencia a la solución de los problemas sociales”. Y aquí es cuando las reflexiones de Putnam se hacen trágicamente actuales. Putnam era consciente de que la desigualdad atrofia la naturaleza y las capacidades del ser humano, generando “una falta de libertad a gran escala”.
En distintos análisis de opinión he leído que la explicación a la reciente elección democrática en Estados Unidos de una persona abiertamente hostil a la democracia es, justamente, la desigualdad. Putnam no tiene una solución a ese problema distinta a la maximización de los valores democráticos; su justificación epistemológica de la democracia va dirigida a una comunidad dispuesta a escuchar razones a favor de la democracia (no a convencer al escéptico). La tarea pendiente es, entonces, mostrar con razones a aquellos en situación de desigualdad que la mejor manera de solucionar ese problema es en democracia; es decir, ampliar la “comunidad democrática”. El gran reto tiene una nota científica: lograr la difusión de información sin obstáculos (sin “fake news”) y fomentar la libertad de pensamiento. Esta tarea, difícil y hermosa a la vez, es de todos los días, no solo de momentos oscuros como el actual.