Departamento de Derecho Penal y Criminología

Reflexiones sobre política criminal
11 de diciembre de 2024

Cuento de navidad

Me gustaría contar un cuento; y como no tengo imaginación para inventarme uno bonito, voy a contar uno real.

Por: Orlando de la Vega, Doctor en Derecho de la Universidad de Bonn (Alemania)

En la Universidad de Bonn hay una linda tradición navideña en la que profesores cuentan un cuento de navidad de su autoría mientras los estudiantes degustan una copa de “Glühwein”, una especie de vino caliente endulzado con canela, junto con las famosas “Plätschen” o galletas con motivos navideños (mi favorita, de lejos, es el “Lebkuchen”, una galleta de nueces y almendra original de Núremberg). Esta tradición es posible porque el semestre de invierno contempla actividades académicas hasta navidad, algo que no ocurre en Colombia. Aunque esa tradición no existe en Colombia, ni yo soy profesor, me gustaría contar un cuento; y como no tengo imaginación para inventarme uno bonito, voy a contar uno real.

El protagonista de este cuento es un fiscal que, a principios de este siglo, trabaja en un pueblito abandonado de Colombia cuyo territorio es disputado por la guerrilla y los paramilitares, lo que propicia la existencia de delincuencia común. Las posibilidades de ejercer su trabajo como fiscal son más bien pocas para el protagonista. Hace poco, por ejemplo, secuestraron al otro fiscal del pueblito por acudir solo a una inspección judicial en un lugar más allá de la plaza del pueblo, único espacio donde la policía se atreve a acompañar las diligencias judiciales. Como el fiscal secuestrado no es millonario, los secuestradores piden un mes de su salario por su liberación. El carácter estoico del protagonista le ha permitido sobrellevar su carrera en la rama judicial sin mayores sobresaltos de ánimo, pero no se puede decir que sea completamente feliz.

Un buen día se entera de que hay un niño sordo en el pueblito y que los padres no tienen dinero para comprarle el aparato que necesita para oír. Como si fuera lo más natural el fiscal se va a su casa en la ciudad y toma el computador familiar (sus hijos ya están en la universidad y no usan ese computador) y lo rifa en el pueblito para comprar el aparato con la venta de las boletas, o por lo menos cubrir una parte del valor. Desde ese día, cada vez que el fiscal va a la ciudad (lo que ocurre una vez a la semana) vuelve con una bolsa llena de objetos para regalar a las personas necesitadas del pueblito, pese a las protestas cariñosas de su familia, que no termina de entender por qué el fiscal asume esa tarea. Los regalos son juguetes que eran de sus hijos o cosas viejas que tiene en la casa pero que todavía funcionan. También juguetes y objetos que amigos del protagonista le obsequian porque sus propios hijos ya crecieron y saben en qué los emplea el fiscal; a veces también compra, en tiendas de bajo precio, cosas que sabe que alguien necesita.

Se me olvidó decir al principio que el pueblito queda en la costa norte de Colombia y su temperatura promedio es de 32 grados centígrados, es decir, no hay nieve en ninguna época del año (tampoco hay “Lebkuchen”, pero sí “Chepacorinas”, una galleta dulce de queso). El fiscal va en bus intermunicipal de la ciudad al pueblito y siempre lleva regalos, no solo en diciembre. Salvo la gratitud de algunas personas, no recibe nada por su iniciativa ni es esa su motivación. Sigue haciendo su trabajo dentro de la frontera imaginaria que traza la plaza del pueblo. La guerrilla y los paramilitares siguen ahí; también la delincuencia común. Él no pretende cambiar el mundo con un par de regalos, pero conoce la recompensa que va implícita en una buena obra.

Feliz navidad.